Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
Introducción geográfica 188 La deforestación industrial de la cordillera Central dio lugar a la colonización de los valles intramontanos de Constanza, El Río, Tireo y Jarabacoa, así como al repoblamiento de las zonas de la sierra al oeste de San José de las Matas hasta llegar a Restauración, pasando por El Rubio. Liquidado el bosque, quedaron los trabajadores de los aserraderos conver- tidos en campesinos itinerantes al servicio de los terratenientes ganaderos, que les entregaban tierras taladas pero cubiertas de bosque secundario, para que las talaran de nuevo y sembraran frijoles o papas por dos o tres años, a cambio de entregarles los fundos sembrados de pastos cuando la pérdida de la fertilidad del suelo los obligara a moverse a otro lote para comenzar de nuevo. Así fue perdiendo la Cordillera Central sus pinares originales que fueron suplantados gradualmente por pastizales que secaron las fuentes de agua e hicieron morir las cañadas y los arroyos en un proceso que se repite y se ha repetido durante años en toda América Latina. Durante años, los dominicanos presenciaron cómo en tiempos de cuares- ma, que es una época de sequía estacional, las montañas dominicanas quedaban a merced de los fuegos pegados por los campesinos y ganaderos en una lucha sin cuartel contra el bosque para convertirlo en pastizal. Este proceso se repitió miles de veces en todas partes del país y para finales de la Era de Trujillo ya sus efectos eran evidentes: las montañas sin bosques y los ríos sin agua. En 1967, seis años después de la muerte de Trujillo, se calculó que ape- nas quedaban 9 millones de tareas de bosques en la República Dominicana, en contraste con los 46 millones que había en 1916. Los pinares fueron los bosques que más sufrieron la acción de los aserraderos. En el 1939, Chardón calculó que había en el país 12 millones de tareas de pinos. En 1967, cuando el gobierno dominicano por fin clausuró los aserraderos, apenas quedaban 3.5 millones de tareas. Impresiona mucho la velocidad con que la República Dominicana ha cambiado su fisonomía geográfica. Si se examina el Primer Censo Nacional de Población levantado por el gobierno militar en 1920, lo que dicen las esta- dísticas es que la mayor parte de la población vivía en el campo. El patrón de asentamiento de la gran mayoría de los dominicanos con- sistía entonces en una amplia diseminación de aldeas y caseríos enlazados por senderos («trillos» les llaman los dominicanos), caminos de herradura y «callejones». Las «ciudades» de entonces eran pocas, casi siempre cabeceras de pro- vincias o de municipios importantes: Puerto Plata, Santiago, Monte Cristi, La Vega, Moca, San Francisco, Azua, Baní, San Cristóbal, San Pedro de Macorís,
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