Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

La conquista y la implantación de los españoles 246 conocedor de los aspectos técnicos y las necesidades del viaje. Fueron nom- brados, como contador de la armada, Bernal Díaz de Pisa; como veedor, Diego Marque, 8 y como alguacil mayor, Gil García; no es seguro que fuera como tesorero Pedro de Villacorta. Los nobles y los altos funcionarios, muy atentos al éxito de la empresa, enviaron por si acaso a la tierra recién descubierta a alguno de sus criados: el duque de Medinaceli, a Alonso de Ojeda; don Álvaro de Ataíde, al portugués Juan Gonzalves 9 y don Juan de Fonseca, a Ginés de Corbalán. Los Reyes ordenaron a Fonseca que se pusiera en contacto con Juanoto Berardi. 10 Por su parte, el florentino recibió las cédulas reales para aprestar el nuevo viaje el 23 de mayo de 1493: en principio, la adquisición de tan solo una nao «de ciento cincuenta a doscientos toneles…; e comprada la hagáis pertre- char e ataviar e la tengáis presta para cuando vaya a la recibir el Almirante don Cristóbal Colón, el cual irá presto e vos llevará e pagará los maravedíes que le costare e pagáredes». 11 Más adelante se contrataron las restantes naves que formaron la armada, hasta llegar a un número de diecisiete (12 carabelas y 5 naos). Se desconoce el monto del gasto total, tanto del efectuado por la Corona como del que puso la sociedad formada por Colón y Berardi. Por razones obvias, la rapidez del apresto –cinco meses– tuvo efectos negativos, quizás inevitables, en el desarrollo posterior de la colonización. Formaron la dotación unos 1,500 12 hombres. Como escribió Pedro Mártir de Anglería, 13 los Reyes mandaron al Almirante que tomase a sueldo «oficia- les y artesanos sin cuento de todas las artes mecánicas». «Llevé» –confirma Cristóbal Colón– «maestros de todas maneras de oficios que en fabricar ciudad y villa menester eran, con todos sus estrumentos». 14 Las cuentas del tesorero Alonso de Morales, 15 que desgraciadamente registran los nombres de solo 166 hombres, certifican que, en efecto, un verdadero enjambre de oficiales acudió a la exótica llamada de las Indias: maestros de arambeles, maestros de obras, caleros, herreros, cerrajeros, albañiles, tejeros, silleros, carpinteros, aserradores, borceguineros, sastres, tejedores y sin duda otros oficios no citados en los pliegos de la contaduría. Para hacer las faenas agrícolas fueron reclutados labradores y hombres de campo. Dispuestos a combatir, en caso de que fuese necesario, se alistaron ballesteros, espingar- deros, escuderos (de a pie y a caballo) y lombarderos. La música, festiva y bélica, corrió a cuenta de trompetas y «tamborinos». De curar a los posibles enfermos se encargaron un médico, Diego Álvarez Chanca, 16 y un botica- rio, Bartolomé de Avellano. Como el rey Fernando era muy aficionado a la cetrería, se contrató a un cetrero, Pedro de Arzea, para capturar aquellos halcones peregrinos, tan alabados por Marco Polo, que anidaban en las

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