Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
La conquista y la implantación de los españoles 248 Maldonado, 21 el cual los Reyes habían enviado pocos años había por embajador al Papa… De la Casa real vinieron más Juan de Luján, criado del rey, de los caballeros de Madrid; el comendador Gallego 22 y Sebastián de Campo, gallegos; y el comendador Arroyo y Rodrigo Abarca y micer Girao y Pedro Navarro y un caballero muy principal aragonés que se decía mosén Pedro Margarite y Alonso Sánchez de Carvajal, regidor de Baeza. 23 Por encomiable que fuese el esfuerzo que hicieron los Reyes Católicos en Barcelona por aunar en aquella armada las fuerzas de todos sus territorios, la heterogeneidad de los expedicionarios restó posibilidades al éxito de la misión. Ya veremos por qué. Salta a la vista que el nombramiento de fray Bernardo Boil fue también una equivocación de los monarcas. 24 La Orden de los Mínimos, recién crea- da por San Francisco de Paula, podía despertar sin duda grandes simpatías y adhesiones, pero en comparación con las otras órdenes, especialmente la franciscana, se encontraba bajo cualquier concepto en mantillas. En cuanto al propio Boil, tenía a sus espaldas una larga experiencia diplomática –y misio- nes diplomáticas seguirá desempeñando tras su regreso a la Península Ibérica en 1494–, pero le faltaba experiencia misionera y quizá carecía del tacto y de la energía necesarios para imponerse a unos hombres desesperados, como pronto lo habrían de estar los colonos; Boil era la persona apropiada para con- vencer melifluamente a reyes, no para tratar a duros soldados, encallecidos labriegos y rufianes perdularios, pues no nos engañemos: en 1493 no hollaron el suelo del Nuevo Mundo ni aristócratas ni grandes mercaderes. A las Indias no solo fueron aventureros y frailes, como es opinión co- mún. También pasaron entonces varias mujeres. 25 Conocemos los nombres de algunas de ellas: María Fernández, que fue criada del Almirante, María de Granada, Catalina Rodríguez, Catalina Vázquez, Teresa de Baeza, Inés de Malaver y quizá Bárbara de Vargas. 26 Como era de esperar, los hom- bres casados dejaron a sus esposas en la Península: tal fue el proceder de Margarit y algunos oficiales, como los albañiles. 27 Por tanto, y aunque a lo que parece acabó estableciéndose un prostíbulo más o menos de tapadillo en la Isabela, la mayoría de los expedicionarios tuvo que buscar placer o consuelo en las mujeres indígenas: una no pequeña fuente de problemas en el futuro. En definitiva, se enroló en la armada demasiada gente, atraída por la encendida propaganda que el Almirante hizo de sus islas, exagerada por lo hiperbólica. Era casi imposible resistirse a las noticias que pregonaban
RkJQdWJsaXNoZXIy MzI0Njc3