Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
Historia general del pueblo dominicano 249 la existencia de oro inagotable, a las seductoras palabras del Almirante que anunciaba a quien quería oírlo haber descubierto las minas del rey Salomón. «Amigos que andáis acá misereando, andad acá, íos con nosotros esta jorna- da, que habemos de descubrir tierra con la ayuda de Dios que, según fama, habemos de fallar las casas con tejas de oro, y todos vernéis ricos e de buena ventura»: con tan enardecida arenga animaba Martín Alonso Pinzón a los hombres de Palos. 28 Resultado de tanto entusiasmo: «más de doscientas per- sonas vinieron sin sueldo», confesó Colón en el memorial dado a Antonio de Torres. 29 El problema surgió en las Indias: ¿cómo pagar a tamaño gentío y, sobre todo, cómo alimentarlo? En efecto, otro error, quizás el más grave, consistió en haber calculado mal los mantenimientos necesarios para la subsistencia de la colonia. Se procuró llevar de todo: «yeguas, ovejas, terneras y muchos otros animales, hembras con sus respectivos machos, legumbres, trigo, cebada… vides y vástagos de árboles». 30 Lo único que faltó, una vez llegados al Nuevo Mundo, fue tiempo: había que criar los animales, sembrar los cereales y plantar los árboles, y todo ello no se hace de la noche a la mañana. El hombre, en cambio, no puede esperar: tiene que alimentarse a diario. De todos estos fallos no cabe echar la culpa al Almirante. Sí, en cambio, lo perjudicó su carácter altivo, desdeñoso y suspicaz, que lo indispuso con no pocos de sus hombres. Así, en los preparativos de la armada tuvo agrios en- frentamientos con el contador Juan de Soria. En la Española se le insolentaron las lanzas jinetas, el contador Bernal Díaz de Pisa y, al final, buena parte de sus propios hombres. No se puede tener la razón en todo y contra todos, por excelentes que sean los argumentos de uno mismo. A juicio de los españoles, al frente de la empresa se hallaba no un capitán curtido en mil batallas, sino un pobre genovés de baja estofa que, encima, se daba de repente aires de gran señor; se hacía acompañar, como los monarcas, de «continos», y desplegaba bajo el sofocante sol tropical todo el fasto y boato de una corte tan imposible como irrisoria, teniendo a sueldo a mayordomos, maestresalas, reposteros y sastres. Y, para colmo, se llevaba a su hermano, Diego, también ennoblecido de la noche a la mañana con el Don. Colón se quejó de otras muchas cosas más, pues nadie le ganó en eso de elevar protestas y culpar a los demás de sus fracasos. Así, por ejemplo, atronaron el cielo sus lamentos por no haber llevado consigo más carabelas que, por pedir poca agua, eran las naves más apropiadas para efectuar un reconocimiento de una costa llena de arrecifes. La asistía toda la razón si se consideraban las cosas bajo la óptica del descubridor; pero antes de descubrir más, ¿no había que transportar a la gente a la nueva tierra?
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