Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
Historia general del pueblo dominicano 253 vigiladas por centinelas para que no les pudiesen prender fuego los indios, «que de noche y de día siempre van y vienen»; 46 todavía no estaba defendida ni siquiera por unas albarradas. Las tribulaciones de los primeros colonos Apenas había desembarcado la gente en la futura Isabela, cuando llovió con la intensidad que acostumbra en los trópicos. Corrían los primeros días de enero de 1494. Los aguaceros y la humedad subsiguiente causaron estragos en unos hombres poco hechos a dormir casi a la intemperie. «Después adole- cieron muchos de ciciones [fiebres intermitentes]», comunicó el Almirante a los Reyes Católicos. 47 «Con todo, loado Nuestro Señor, luego sanan: cuatro o cinco días es su fuerza [de la enfermedad]». Esta dolencia la achacó Colón al cambio de aires, aunque no descartó que se debiese al «trato de las mujeres, que acá hallan abundoso». Parece, en efecto, que la sífilis, ese mal «contagioso y terrible» del que se echó la culpa, como siempre, a los vecinos («mal fran- cés», «mal de Nápoles»), la contrajeron los españoles en las Indias y de allí la llevaron a Europa. Y aun, al decir de Gonzalo Fernández de Oviedo, 48 uno de los aquejados por esa enfermedad fue mosén Pedro Margarit, que «andaba tan doliente y se quejaba tanto, que también creo yo que tenía los dolores que suelen tener los que son tocados de esta pasión», aunque no le hubieran aparecido «bubas» (los chancros; «Hospital de las Bubas» se llamó en Sevilla al hospital donde se recogían los sifilíticos terminales). Cuando Antonio de Torres partió de vuelta a España el 2 de febrero de 1494, 49 el mayor problema de la colonia seguía siendo la fiebre, de la que es- taba doliente la mayoría. «Con estos pocos sanos que acá quedan» –escribió Colón a los Reyes el 30 de enero de 1494–, «cada día se entiende en cerrar la población y meterla en alguna defensa y los mantenimientos en seguro». 50 Las esperanzas del Almirante no se cumplieron. El Nuevo Mundo no era tan idílico como había parecido en un principio. Al caer muchos enfermos, tuvieron que trabajar los que estaban sanos, fueran plebeyos o hidalgos de solar conocido. La construcción de una presa que se hizo para fabricar una aceña y unos molinos, a una legua de la ciudad, atareó a todos; y a «la gente de palacio o de capa prieta… se les hacía a par de muerte ir a trabajar con sus manos, en especial no comiendo». 51 La autoridad del Almirante se tuvo que imponer a veces por la coacción o la violencia; y los españoles de entonces no eran hombres que supieran tascar el freno, y mucho menos que tragasen por capitán a un extranjero. 52 Y es probable que Colón, un hombre carente de dotes de mando, ejerciera su poder a destiempo, con
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