Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
La conquista y la implantación de los españoles 258 una sentencia de muerte porque, a su juicio, el delito de los condenados no merecía la pena capital. 85 La autoridad del Consejo se deshacía, y únicamente quedaba al mando una camarilla: la de la familia Colón. La situación comenzó a deteriorarse peligrosamente también en el inte- rior de la isla. Pedro Margarit abandonó su puesto como alcaide del fuerte de Santo Tomás. Según Gonzalo Fernández de Oviedo, esta decisión se debió a su indignación ante el ahorcamiento de otro aragonés, Gaspar Ferriz. Pudiera ser. Pero ya veremos más adelante que también pudo haber en su abandono otra causa más poderosa. Hasta aquí el escueto relato de los acontecimientos. Normalmente se da por sentado que, cuando se habla de Colón, debe entenderse siempre que se trata del Almirante. Mas, como hemos visto, este se halló ausente la mayor parte del tiempo en que ocurrieron estos acontecimientos, y no es creíble que todas las desgracias se agolparan de repente en un puñado de días a su regreso de la supuesta Asia, si es que para entonces había recuperado ya el conocimiento: la carta a los Reyes dando cuenta de su viaje a Cuba está fecha- da mucho más tarde, el 26 de febrero de 1495. 86 Una conclusión se impone: este Colón no puede ser Cristóbal, sino Diego, como presidente del consejo, o Bartolomé; y como el primero era un pusilánime, se desprende por exclusión que quien se peleó con fray Boil y Margarit fue Bartolomé, el más arrojado de los tres hermanos. Cargado de razón afirmó Las Casas: 87 «en las cosas que se imputaron después al Almirante de rigor y crueldad, fue el Adelantado la causa». Ahora bien, en estas luchas intestinas entre los colonos yace también soterrado un sentimiento más profundo. Gonzalo Fernández de Oviedo, 88 al dar cuenta de las primeras discordias que acaecieron en las Indias, terminó el capítulo en cuestión con unas palabras tan certeras como amargas: «¿Quién concertará al vizcaíno con el catalán, que son de tan diferentes provincias y lenguas? ¿Cómo se avendrán el andaluz con el valenciano, y el de Perpiñán con el cordobés, y el aragonés con el guipuzcoano, y el gallego con el castella- no (sospechando que es portugués), y el asturiano y montañés con el navarro, etc.?» La cita se ha hecho célebre como ejemplo insigne de los particularismos españoles, pero no se ha reparado en que Oviedo la pronunció como triste colofón de lo ocurrido en la Española durante 1493-1494. Ahora cobra espe- cial sentido otra frase escrita por el gran cronista, un hombre que se preocupó de informarse cabalmente de todos los sucesos de las Indias: «anduvieron muchas diferencias entre el Almirante y aquel padre reverendo fray Boil; y esto tuvo principio porque el Almirante ahorcó a algunos, y en especial a un Gaspar Ferriz, aragonés». 89 Oviedo ve aquí solo a los dos polos opuestos,
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