Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
La conquista y la implantación de los españoles 262 El abandono progresivo hubo de efectuarse entre unas fechas que corren en- tre el l0 de marzo de 1496 (día de la salida de Colón hacia España desde su puerto) y el 31 de agosto de 1498, fecha de la llegada del Almirante a Santo Domingo en su tercer viaje a las Indias, cuando ya se había abandonado defi- nitivamente el puerto de la Isabela. Así pues, la vida de la ciudad duró apenas cinco años: desde finales de 1493 a mediados de 1498. Tan terribles fueron las tribulaciones que sufrieron los primeros colonos que, una vez abandonada, la ciudad se convirtió en un lugar maldito, pobla- do únicamente de fantasmales espectros. Y se cuenta que un día un español, paseando por las ruinas, vio venir dos filas de hombres, «que parecían gente noble y del palacio, bien vestidos, ceñidas sus espadas y rebozados con tocas de camino»; los desconocidos viandantes, al ser saludados, guardaron silencio y se quitaron el sombrero, «quedando descabezados; y luego desaparecie- ron». 107 En la primera ciudad europea del Nuevo Mundo solo habitaban ya los espíritus. Pero para Colón la mortandad incesante no importaba, habida con- sideración del altísimo fin que se pretendía: ¿no habían conquistado los Reyes de Portugal la costa de Guinea, aunque fuera a costa de mandar al sepulcro la mitad de la población lusa? «Ninguna cosa dejarán Vuestras Altezas de mayor memoria» que la empresa de las Indias, concluyó el Almirante en 1498, como si llenar de muertos el cementerio fuera el precio justo a pagar por tal hazaña. 108 La primera pesquisa: Juan Aguado (1495) Las noticias que Boil y Margarit dieron en la Corte a finales de 1494 ape- sadumbraron profundamente a los Reyes que, en carta a don Juan de Fonseca del 17 de febrero de 1495, se plantearon la necesidad de enviar a alguna «persona principal» para controlar al Almirante; 109 en un principio se pensó en el comendador Diego Carrillo. No era para menos. El coste de las Indias había sido hasta entonces muy cuantioso; a cambio del sacrificio en hombres y dinero, ¿dónde estaba el oro de Ofir y dónde las esperadas conversiones de los idólatras? Por su parte, alarmado también él ante el peligroso vuelo que tomaban los rumores contrarios a su persona, don Cristóbal contraatacó despachando a su hermano Diego a la Península con objeto de justificar su actuación. El 25 de febrero de 1495, en la flota de Torres, partió el benjamín de la familia para España; en descargo del Almirante iba a ofrecer a los Reyes no el oro prome- tido, sino 500 esclavos indios. También iba cargado de cartas que contenían las propias quejas y explicaciones del virrey: los españoles, tanto los segla- res como los religiosos, eran gente «perdida» que había acudido a las Indias
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