Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

Historia general del pueblo dominicano 263 pensando solo en enriquecerse, «sin trabajo, ni pena», jugadores de dados, perezosos y de malas costumbres, cegados por la codicia. 110 Ante dos ver- siones tan contradictorias, la decisión que tomaron los soberanos fue enviar finalmente al sevillano Juan Aguado, su repostero de capilla, para comprobar en persona, como juez pesquisidor, el reparto equitativo de los bastimentos y verificar la exactitud de las quejas presentadas. Al mismo tiempo, redujeron a 500 hombres el número de personas que podían residir en la Española, 111 quizás a instancias del Almirante, que en 1494 había decidido, al parecer, no dejar que viviesen en ella más de 300 colonos. 112 La llegada de Aguado en octubre de 1495 sorprendió a Colón en el inte- rior de la isla, combatiendo en la Maguana al hermano de Caonabo. Hacia allí se dirigió el pesquisidor, sembrando entre unos y otros la esperanza de que el nuevo gobernante sustituiría al tirano. El júbilo, tanto de los indígenas como de muchos españoles, duró poco tiempo. Aguado ahondó aún más si cabe la división entre el partido del Almirante y el de sus detractores. Las fuentes no dibujan con claridad sus actuaciones, si bien dan a entender que Aguado, que cubrió de menosprecio a Bartolomé Colón, amenazó a don Cristóbal, tachán- dolo de embustero, con el desfavorable informe que pensaba entregar a los Reyes, dando lugar a que los enemigos del virrey se alterasen: «por manera que ya no era el Almirante ni sus justicias tan acatado ni obedecido como antes». 113 Por su parte D. Cristóbal, según Las Casas, anunció su deseo de regresar a Castilla para dar su versión de los acontecimientos. Otra fue la ex- plicación que nos dejó Fernández de Oviedo, 114 asegurando que Colón volvió por imposición de Aguado, «lo cual él sintió por cosa muy grave, e vistióse de pardo, como fraile, y dejóse crecer la barba». No quiso Hernando Colón contar en su Historia este desagradable epi- sodio de la vida de su padre y se limitó a decir que este, una vez pacificada la isla, decidió marchar a Castilla para dar cuenta a los Reyes de algunas cosas que le parecían convenientes, «especialmente a causa de muchos ma- lignos y mordaces que, movidos de envidia, no cesaban de hablar mal a aquellos Reyes de las cosas de las Indias, con gran perjuicio y deshonra del Almirante y de sus hermanos». 115 Al igual que Hernando, tampoco Colón se dignó mencionar en sus escritos a Aguado, de quien había hecho elogios en 1494. 116 Para dar sus respectivas y antagónicas versiones de los acontecimientos, don Cristóbal y Juan Aguado se embarcaron para la Península en sendas cara- belas el 10 de marzo de 1496. El genio de la propaganda que era el Almirante, para rodear su figura de mayor aureola, se hizo acompañar como un triun- fador romano por el gran cacique Caonabo, su hermano vencido –llamado

RkJQdWJsaXNoZXIy MzI0Njc3