Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
La conquista y la implantación de los españoles 264 pomposamente D. Diego– y su sobrino, 117 llevando hasta un séquito de 30 indios. 118 Pero Caonabo falleció en la travesía 119 antes de convertirse, como su familia (y siglos después Sitting Bull en el Wild West Show), en una figura de feria. Los cronistas que achacan su muerte al naufragio del navío donde viajaba a causa de un huracán 120 confunden su suerte con la de otro infeliz cacique, Guarionex, en 1502. El Almirante llegó a Cádiz el 11 de junio de 1496. La búsqueda del oro. Las minas del rey Salomón Los pasos de Colón en las Indias estuvieron guiados siempre por la bús- queda del «bendito» oro, ese poderosísimo metal cuyo influjo bien sabía él que sacaba en un santiamén las almas del Purgatorio. 121 La identificación del Cibao con Cipango se debe a ese anhelo de encontrar finalmente la fuente de la mayor riqueza que pueda haber en el mundo. La fantasía del Almirante se despeña una y otra vez en descripciones hiperbólicas, pero también el tintineo del oro parece consolarlo en los momentos de mayor desesperación. Antes de la partida de Torres en febrero de 1493 las expediciones de Alonso de Ojeda y Ginés de Corbalán, al Cibao y a la tierra de Caonabo respectivamente, al mando cada uno de 15 hombres, refrendaron las expectativas que se tenían de hallar oro en abundancia: el Cibao se hallaba a 20 leguas de la Isabela y toda su tierra, tan grande como Portugal, era riquísima en minas. 122 La comproba- ción de cuanto habían dicho los dos capitanes la tuvo el Almirante por sus propios ojos en marzo de 1494: «en todo cabo [del Cibao] halló oro», «hay más oro que en todo el otro del mundo». 123 Una alucinación óptica. Ya en 1493, a su primer regreso a España, parece que surgió en la mente del Almirante la idea de combinar el oro de Cipango con el oro de Ofir, las míticas minas de donde había extraído la flota de Salomón los metales precio- sos con los que se construyó el segundo templo de Jerusalén. Así se deduce de un pasaje de Pedro Mártir, si es que este no es una adición posterior: «dice [Colón] haber descubierto la isla de Ofir; pero habida cuidadosa cuenta de la longitud de los cosmógrafos, aquella y las demás islas comarcanas son las Antilias». 124 Sea como fuere, date la idea de 1493 o de un año posterior, el caso es que a finales de 1495 o principios de 1496, después de la muerte de Canoabo, Bartolomé Colón encontró a 60 leguas de la Isabela, «delante de los Cipangos…, profundos túneles excavados en tiempo de los antepasados». 125 Estalló de inmediato el júbilo: ya se habían encontrado las minas del rey Salomón, el mejor pasaporte que podía tener D. Cristóbal para presentarse ante los Reyes Católicos en una fase menguante de su prestigio y populari- dad. Más tarde, en 1499 y 1500, las cartas escritas en las Indias las fechó el
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