Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

Historia general del pueblo dominicano 265 Almirante «en la isla Española, olin Ofir vel Feiti», 126 «en la isla Española, olin Ofir»; 127 «esta isla es Tharsis, es Cethim, es Ophir y Ophaz e Çipangu, y nos le habemos llamado Española», escribió al Papa en 1502; 128 y en una apostilla a la Historia natural de Plinio se refirió a la «isola de Feyti uel de Ofir uel Cipango, a la quale habio posto nome Spagnola»: 129 una curiosa ensalada de mitos en la que no faltaba un exótico nombre taíno (Haití). Pero Colón, hombre religiosísimo, no quería el oro solo para enrique- cerse. El fin que perseguía era más bien espiritual, pues el oro debería hacer posible la conquista de Jerusalén, reservada al rey Fernando por otros muchos vaticinios. Y en esta campaña, que convertiría al monarca en el emperador de los últimos días, tendría lugar un nuevo milagro: así como Salomón había construido con el oro de Ofir el templo de Salomón, así ahora se habría de reedificar de nuevo el mismo santuario «con madera y oro de Ofir», 130 oro, escondido durante un sinfín de siglos y finalmente revelado al Almirante por la voluntad expresa de Dios. Ahora bien, esta conclusión, basada en la idea muy medieval de que a las mismas causas corresponden los mismos efectos, no es una creencia cristiana: a juicio de los Padres de la Iglesia, el segundo Templo había sido asolado por Tito (70 d. C.) en castigo por la inicua condena de Jesús, y por ello mismo no volvería a ser erigido jamás salvo cuando lo le- vantara el Anticristo en las postrimerías del mundo. La fe en la reconstrucción del templo es, en cambio, una muy profunda creencia de la Sinagoga, lo que hace sospechar que en el corazón de Colón anidaban vivencias mesiánicas judías, 131 las mismas que lo animaron a recopilar el Libro de las profecías para demostrar que se aproximaba el fin del mundo y la exaltación de los justos, al haberse cumplido los vaticinios del Antiguo Testamento referentes al descu- brimiento de las lejanísimas islas del mar. Las relaciones con los indígenas El primer contacto con los taínos fue apacible, y así lo muestran las des­ cripciones colombinas: «Convidábanse unos a otros ‘Venid y veréis los hom- bres que han venido del cielo; traedles de comer y de beber». 132 Sin embargo, desde el primer momento y, como si el Almirante presintiera que los indíge- nas podrían no ser tan dóciles, don Cristóbal optó por una doble política; por un lado, se procuró su halago ofreciéndoles chucherías o invitando a comer a bordo a los caciques; por otro, no olvidó mostrarles su fuerza, bien haciendo disparar lombardas o bien ordenando que la gente, para infundir miedo a los indios, entrara en sus poblados en formación tocando trompetas y mostrando sus armas, «como cuando se va a la guerra». 133 Y no menos pavor debió de

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