Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

La conquista y la implantación de los españoles 268 que se confiase y no recelase ningún mal; entonces era el momento de pren- derlo a él y a sus hermanos con un ardid: poniéndole una camisa, un capuz, una toca y ciñéndole con un cinturón, de modo que no pudiese moverse. 150 Todo parecía encarrilado. Pero el Almirante era mal conocedor del cora- zón humano. Su rápida destitución indignó a Margarit que, lejos de cumplir las órdenes recibidas, se retiró con la tropa a la Vega Real: 151 él, enfermo y famélico como estaba, no se hallaba en condiciones físicas de andar a pie por las breñas y roquedales del Cibao, tal como le pedía el virrey. 152 Fue compren- sible su reacción; pero, no menos lógicamente, entre Margarit y los hermanos Colón (Bartolomé y Diego) y sus partidarios hubieron de cruzarse entonces algunas palabras duras: a eso lo llamó Las Casas «desgraciarse con los del Consejo», 153 a quienes el catalán trató de reducir a su obediencia, al decir de Hernando Colón. 154 No le faltaba un punto de razón: en definitiva, elAlmirante le había dado en la instrucción los mismos poderes que él tenía como virrey y capitán general. Tras la marcha a España del antiguo alcaide se dispersaron sus hombres que, sueltos por la isla y libres de control, asaltaron los poblados indígenas cometiendo toda clase de tropelías: eso al menos dijeron los Colón. El excesivo castigo impuesto a los ladrones por Ojeda –y eso que no les cortó la nariz, como rezaban las ordenanzas del Almirante–, 155 la humillación infligida al cacique y los presuntos desmanes de la soldadesca de Margarit fueron la causa de que Guatiguaná, cacique de la Vega Real, ordenase matar a diez cristianos y prender fuego a una cabaña de paja que hacía las veces de hospital. Asimismo recibieron la muerte otros seis o siete cristianos que andaban desperdigados. 156 La represión fue tremenda. Los castellanos se ju- ramentaron a que, «por cada cristiano que matasen los indios, hubiesen los cristianos de matar cien indios». 157 Así fue: aunque el cacique pudo escapar, sus súbditos fueron hechos prisioneros y reducidos a la esclavitud: según Cúneo, 158 más de 1,600 personas fueron concentradas en la Isabela para ser enviadas a España. Es fácil de imaginar la impresión que causó la nunca vista crueldad entre la población indígena: incluso el pacato Guacanagarix mostró su disgusto, mas por persona interpuesta, por si acaso. Urgía hacer una demostración de fuerza antes de que se produjera una insurrección de los indígenas. Colón, aún no repuesto del todo de su «mo- dorra pestilencial», pero flanqueado por su hermano Bartolomé y el cacique Guacanagarix, «traidor… de su patria», 159 se puso en camino hacia el Cibao el 24 de marzo de 1495, al frente de 200 peones y 20 jinetes provistos de toda suerte de armas, amén de 20 «lebreles de presa que luego, en soltándolos o diciéndoles ‘Tómalo’, en una hora hacían cada uno a cien indios pedazos». 160 En la Vega Real se le unió el cacique Guarionex, en cuya tierra, «al pie de

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