Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
La conquista y la implantación de los españoles 272 cargadas de 600 esclavos; y el Almirante «por los fletes de los demás dio a los maestres 200 esclavos». 177 Por tanto, al finalizar el virreinato colombino, al me- nos 2,000 indios habían sido enviados a la Península Ibérica para ser vendidos. Es indudable que los españoles que allí vivían tendrían otros a su servicio. La actuación de Colón obedecía a un código habitual que él mismo había visto practicar no solo en Portugal y en Guinea, sino también en Castilla: los guanches prisioneros habían sido sometidos a la esclavitud –y lo estaban sien- do todavía– sin que nadie se escandalizase. No necesitaba, pues, justificarse. Si había prometido a los Reyes riquezas, esa era una mercancía que daba bue- nos réditos. Por consiguiente, con la carta que acompañaba al primer envío de esclavos, preguntó a los Reyes si habría de seguir capturándolos. Él, por su parte, no parece que tuviera ninguna duda: eran tan valiosos, que cada uno valía tres veces lo que un negro de Guinea en fuerza e ingenio. 178 Tan pronto como los Reyes tuvieron noticia del primer cargamento, ordenaron a Fonseca que vendiese a los indios en Andalucía, pues era allí donde pensaban que podrían tener mejor salida. 179 Mas muy pronto entraron escrúpulos a la real pareja, pues apenas cuatro días más tarde, el 16 de abril, escribieron de nuevo al deán pidiéndole que reservase el dinero de la venta hasta averiguar si la trata era justa, pues antes de nada querían informarse de «teólogos y canonistas de buena conciencia» sobre su licitud. 180 Naturalmente, esta orden chocó con los intereses del Almirante, cuyo factor pidió, el 1º de junio siguiente, que se le entregase el tanto por ciento que le correspondía recibir por la venta. Los Reyes, aún sin saber qué hacer, escribieron a Fonseca mandándole que, en secreto, comunicara a Berardi que el asunto estaba sus- penso y que no procediese a la liquidación. Dado que los esclavos habían sido vendidos en su totalidad, no convenía alertar a sus propietarios mientras no se hubiese tomado una determinación en firme. Colón, que vio peligrar una parte del negocio, envió entonces a los Reyes una larga carta, fechada el 14 de octubre de 1495 en la Vega de la Maguana. Tenía que convencerlos de que aquellos indios podían y debían ser vendidos como esclavos. Para ello no encontró otro argumento más contundente que asegurarles que los indígenas que había enviado a Castilla no eran cristianos y que, además, se habían librado gracias al viaje de una muerte cierta por ham- bre en la Española –todavía no sabía que 200 de aquellos desgraciados, según cuenta Cúneo, 181 habían muerto durante la travesía–. Sentada esta primera premisa, el Almirante creyó conveniente hacer algunas aclaraciones más. En primer lugar, los compradores no debían de preocuparse por la diferencia climática que había entre el Viejo y el Nuevo Mundo, pues también en su isla las heladas eran frecuentes. Así pues, podían ser vendidos en cualquier lugar
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