Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

La conquista y la implantación de los españoles 276 se podía hacer y menos aún lo que se podía esperar. El anónimo informante proponía dos soluciones para pacificar el territorio. En primer lugar, lograr la sumisión de los indígenas, que sería posible con 200 hombres de a pie, 20 de a caballo y 20 mastines de presa; en segundo lugar, construir una fortale- za en la sierra donde se acababa de encontrar el ansiado oro. Precisamente dos de las decisiones que Colón acababa de adoptar. Para convencer a los monarcas de la eficacia de su gestión, el hábil vi- rrey utilizó sin duda otras cartas y escritos. El éxito fue rotundo. Lejos de ser reprendido, Colón consiguió que se le confirmasen sus privilegios y recibió permiso para efectuar un nuevo viaje de descubrimiento, el tercero que haría al Nuevo Mundo. El desprestigio en que estaba sumida la empresa de las Indias obligó a los Reyes a autorizar el reclutamiento de criminales como co- lonos el 22 de junio de 1497. Sin embargo, el mago de la propaganda que fue el Almirante logró que ahuyentaran esa posibilidad poco grata las levas que hicieron sus criados –Pedro Fernández Coronel, Pedro de Salcedo, Pedro del Arroyal, Francisco de Barrasa, Gonzalo de Valdenebro– por toda la Península, especialmente en Andalucía: finalmente se embarcaron solo diez «homicia- nos», entre ellos cuatro gitanos, dos de los cuales eran mujeres (Catalina y María). Dos mujeres más se embarcaron entonces para las Indias: Catalina de Sevilla, mujer de Pedro de Salamanca, y Gracia de Segovia. 198 El viaje se hizo en dos tandas: en febrero de 1498 partieron de Sánlucar dos carabelas, la Santa Clara (o Niña ) y la Santa Cruz , que se dirigieron derecha- mente a la Española llevando un buen contingente de hombres de armas (ocho escuderos y nada menos que 47 ballesteros), en previsión de que se hubiesen producido alzamientos de los indios, y que arribaron a Xaragua; en mayo zarpó el Almirante al mando de seis carabelas, esta vez portadoras de hombres de paz –labradores, hortelanos y peones–, que se separaron en Canarias: tres conti- nuaron su viaje a la Española y las tres restantes emprendieron una nueva ruta, más meridional, que las condujo a la desembocadura del majestuoso Orinoco. El triunfo de D. Cristóbal, que había hecho medrar a sus hermanos, atrajo también de Italia a otros familiares. En 1498 llegaron a Sevilla dos sobrinos, Juan Antonio Colombo y Andrea, que vivieron largo tiempo a la sombra de sus parientes más ilustres 199 . Colón, siempre cariñoso con su familia, nombró capitán de uno de los navíos del tercer viaje a Juan Antonio, vulnerando una vez más una atribución que era propia de los Reyes; mas estos volvieron a perdonar el pecadillo de su virrey. Durante la estancia de Colón en la Península Ibérica se hicieron contratos con diversos mercaderes para la exportación de mantenimientos y su pos- terior venta en la isla. De todos ellos tan solo nos ha llegado el texto del que

RkJQdWJsaXNoZXIy MzI0Njc3