Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
Historia general del pueblo dominicano 279 El levantamiento de Francisco Roldán Cuando en 1496 el Adelantado regresó de Xaragua a la Isabela, el panora- ma que se presentó ante su vista fue aterrador: «cerca de trescientos hombres habían fallecido de diversas enfermedades». 211 El hambre seguía cobrándose víctimas, mientras los Colón y sus allegados nadaban poco menos que en la abundancia. Como declaró un testigo en 1500, los hombres «trabajaban todo el día sin darles un bocado de pan, diciendo que no se podía moler en la taona, que molían para los señores, y después para Carvajal [Alonso Sánchez de Carvajal] y Coronel [Pedro Fernández Coronel], e después para las putas que ellos tenían». 212 Es probable que hubiera algún que otro conato de motín, pero solo sabemos del que intentó realizar un tal Comillas; el insurgente fue mandado ahorcar por D. Bartolomé quien, para aliviar la crítica situación, repartió a los enfermos por los fuertes y dejó en la ciudad a los hombres sanos. La escasez de alimentos, las malas relaciones con los indígenas y la angustia de no saber si alguna vez podrían regresar a su patria fueron los motivos de una rebelión más grave: la de Francisco Roldán. Aprovechando la estancia de D. Bartolomé en Xaragua, Roldán comenzó a intrigar contra D. Diego Colón. En el puerto de la Isabela tan solo quedaba una carabela, construida allí mismo, a la que le faltaban las jarcias y que estaba varada como seguro, por si en algún momento el Almirante o sus hermanos quisieran uti- lizarla para regresar a España. Roldán, con la excusa de que quería hacerla navegar, ordenó que se aprestase la nave, a lo que se negó D. Diego. Este fue un motivo más que suficiente para que el alcalde voceara que el control de la carabela «por parte de los extranjeros» significaba para el grueso de la población no solo que no podrían regresar jamás a Castilla, sino que tampoco podrían enviar noticias acerca de su situación, pedir suministros, etc. Propuso Roldán a los suyos que, puesto que no se les pagaban los suel- dos y la comida era más que escasa, se hiciesen con la carabela para dirigir- se a otra zona de la isla donde pudieran gozar de múltiples libertades. Allí las tierras serían repartidas equitativamente y podrían unirse a las mujeres indias, unión hasta entonces vedada por el Adelantado, que los obligaba a cumplir los tres votos religiosos. Además, no dejaba de asegurarles que su posición era la adecuada, pregonando que, por su condición de alcalde mayor de la isla, jamás serían castigados y que él, como tal alcalde mayor, tomaba el mando, estableciendo un nuevo régimen. En varias ocasiones se entrevistaron Roldán y D. Bartolomé sin llegar a ningún tipo de acuerdo. Roldán, como dejó escrito Pedro Mártir, le espetaba en cada uno de los encuentros: «Bien vemos que el Almirante, tu hermano, ha
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