Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

La conquista y la implantación de los españoles 280 muerto, y que nuestras vidas les preocupan poco a nuestros Reyes; mientras te seguimos, nos morimos de hambre, y nos vemos obligados a buscar por toda la isla alimentos repugnantes. Además, el Almirante me dejó juntamente contigo como gobernador de la isla. Por tanto, nuestro propósito es negarnos a obedecer en adelante tus órdenes». 213 No había ninguna posibilidad de lle- gar a un entendimiento. El grupo de descontentos, entre los que figuraban como principales ca- becillas el alcaide de la Magdalena –Diego de Escobar–, Pedro de Valdivieso y Adrián de Mújica, intentaron atraerse a los indígenas prometiéndoles le- vantar el tributo si se avenían a colaborar con ellos. Tras varios atentados contra el Adelantado, que consiguió salir ileso, asaltos a las fortalezas de La Concepción, repelidos por Miguel Ballester y García de Barrantes, y finalmen- te el atraco y desvalijamiento de la alhóndiga de la Isabela, «donde estaban los bastimentos y la munición de las armas», 214 al grito de «¡Viva el rey!», los amo- tinados –unas 102 personas– 215 se establecieron en el territorio de Xaragua. En el recorrido no faltaron violaciones, atropellos y hasta el rapto de la favorita de Guarionex, quizá perpetrado por Miguel de Barahona. La Española estaba dividida en dos bandos irreconciliables, cuando a fi- nes de marzo o primeros días de abril del 98 llegaron a Xaragua, por error, las dos carabelas al mando de Alonso Sánchez de Carvajal, al que acompañaba Pero Hernández Coronel, ambos amigos y criados del Almirante. El descon- cierto de los recién llegados, que en modo alguno se esperaban esa situación, y el apocamiento de Carvajal, que no se atrevió a sujetarlos, permitió que muchos se pasaran al bando del rebelde. Nada sabían del Almirante desde que se separó el convoy en las Canarias y era lógico que los invadiera la incer- tidumbre, pensando que tal vez no volverían a verlo. En esas circunstancias, muchos debieron de pensar que lo más prudente era unirse a Roldán, que era una autoridad en la isla y gozaba de prestigio. Además, para inclinarlos a su partido, el rebelde los sedujo, en palabras de Pedro Mártir, 216 «prometiéndoles en vez de empuñar el azadón, tocar tetas de doncellas; en vez de trabajo, placer; en vez de hambre, abundancia, y en vez de cansancio y vigilias, ocio». En verdad debía de resultar difícil resistirse a semejantes promesas. Con los nuevos refuerzos se propuso Roldán dirigirse a la fortaleza de La Concepción en la Vega Real, que estaba al mando de Miguel Ballester. Colón no había perdido la vida en el océano. Llegó a Santo Domingo el 31 de agosto de 1498, después de haber pisado el continente sudamericano y encontrado las perlas del golfo de Paria, esas perlas que habrían de causarle tantos problemas. Nada sabía de aquella rebelión. El 16 de octubre Ballester,

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