Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

Historia general del pueblo dominicano 289 fortaleza, ni a los presos. Por ello tuvo Bobadilla que encaminar sus pasos hacia allí para tratar directamente con su alcaide, Miguel Díaz, que intentó dilatar los acontecimientos tanto pidiendo un traslado de los mismos como señalando que sus propios poderes dependían directamente del Almirante. Así las cosas, Bobadilla optó por tomar el fortín, no sin antes haber notificado al alcaide que suya sería la culpa si se producía algún altercado. Se dio el asalto a la fortaleza, defendida por Miguel Díaz y Diego de Alvarado. Según Las Casas, 238 cayó sin dificultad dado que había sido cons- truida «para gente desnuda». En su interior Bobadilla encontró a los presos convenientemente engrillados. Tras hacerles algunas preguntas, los entregó al alguacil Juan de Espinosa para que este, a su vez, los dejara a cargo del carcelero Juan Velázquez y los tuviese a buen recaudo encadenados. Al día siguiente, 26 de agosto, Bobadilla los dio por libres y alzó la fianza, dado que el caso era «liviano»: no había acusador ni merecía la pena hacer un proceso. La llegada de un nuevo gobernador hubo de desconcertar a los habitantes del interior. ¿Qué hacer ante esa nueva situación? Si el Almirante había sido desposeído de su cargo, ¿no sería lo más prudente acudir a Santo Domingo y ponerse a su servicio? Una vez que se enteró de la llegada de un nuevo gobernador, Colón intentó por todos los medios presentarse ante el nuevo dignatario arropado por un contingente de hombres adeptos, tanto cristianos como indígenas, y organizó su estrategia con rapidez. Comenzó por arengar a sus hombres, pre- guntándose ante ellos por la naturaleza de los poderes que había esgrimido Bobadilla para proclamarse gobernador: como él había solicitado que se le enviase a un juez pesquisidor, esa debía de ser la misión que los Reyes habían encomendado a ese «pesquisidorcillo». 239 Escribió a su hermano Bartolomé para actuar conjuntamente: había que asegurar la lealtad de los españoles. Para ello mandó un recado a Francisco Roldán, sin duda el cabecilla que más le preocupaba: «Decidle que no le obedezca, que yo le confirmo las merce- des». Y, para atraerse a los que más le interesaba tener a su lado, mandó pre- gonar un bando que contenía la nómina de las 30 personas que habían sido agraciadas con sus dádivas. 240 Las mercedes otorgadas no consiguieron frenar las deserciones que, ante la sorpresa del propio Almirante, empezaron muy pronto. En cuanto a los indígenas, pensó Colón que lo mejor era reclutarlos. A este efecto mandó una carta a su fiel Velázquez, ordenándole que avisase a los caciques que estuvieran aparejados con sus hombres y sus armas para cuando él los mandase llamar y que, asimismo, estuviese también él listo para acudir todos juntos, llegado el momento, a Santo Domingo, desde donde partirían ambos para Castilla con objeto de informar a los Reyes de las actuaciones de

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