Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
La consolidación de la colonia 320 procedía de la posible acción bélica de los ingenuos taínos, sino de la posibi- lidad de que los españoles quedasen desabastecidos de alimentos. El propio comendador le otorgó al asunto la suficiente importancia como para ponerse al frente de la fuerza militar española para castigar a los indios rebeldes. Disponemos de algunos testimonios documentales que nos confirman que precisamente en las regiones de Higüey y Xaragua se concentraban los aborígenes más aguerridos de la isla. Incluso en algún manuscrito se hace referencia a la presencia en esas provincias de «muchos indios caribes en su ayuda», circunstancia que hasta el momento no cuenta con respaldo docu- mental. Pese a ello, la campaña no fue más que un paseo militar de las huestes hispanas por el abismo técnico y táctico con respecto a los taínos. No fue difícil reclutar cuadrillas para combatir a los alzados, dadas las promesas de botín: esclavos y bienes rescatados a los indios, del que tan solo debían restar el quinto real. Así se dispuso por Real Cédula, fechada en Medina del Campo el 5 de febrero de 1504, y que provocó que estas campañas se planteasen como auténticas empresas privadas, tan solo supervisadas y au- torizadas por el gobernador. No en vano, en las cuentas del tesorero Cristóbal de Santa Clara se mencionan los ingresos que la Corona obtuvo por la venta de casabe –«el pan de la tierra» según dicen los cronistas– a las cuadrillas de españoles que integraban las escuadras contra los indios. Concretamente, el cacicazgo de Higüey se alzó en abril de 1502, coin- cidiendo prácticamente con la arribada del Comendador Mayor. En otoño de 1502 el nuevo gobernador reclutó a 400 hombres en las villas de Santo Domingo, Concepción de la Vega, Bonao y Santiago, poniéndolos a las órde- nes de un capitán de su confianza como era el futuro conquistador de Jamaica, Juan de Esquivel. Junto a estos iban varios cientos de indios guatiaos , es de- cir, indios pacíficos, que se solían llevar por el conocimiento que poseían del terreno. En sus instrucciones figuraba la posibilidad de hacer la paz «y, si no lo ad- mitiesen, los castigase y sujetase (en) su osadía». Una vez pacificada la región se optó por dejar allí una pequeña guarnición compuesta de nueve hombres capitaneados por Martín de Villamán, cuya muerte pocos meses después a manos de los indígenas provocará la segunda guerra de Higüey. Justo un año después, y concretamente en otoño de 1503, se alzó la pro- vincia de Xaragua, donde residía –como es bien sabido– la bellísima cacica Anacaona. Con este cacicazgo habían estado comerciando los españoles des- de mucho antes de la llegada de Ovando. 18 Precisamente por ello no podía ser consentido por las autoridades coloniales, primero, porque podía servir de ejemplo a los demás indios de la isla y se podía generalizar la sedición, y
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