Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

La consolidación de la colonia 358 desarrollo político y social. Respuestas que fueron desde la aceptación de las nuevas ideas religiosas –de mejor o peor grado– a la indiferencia, la resisten- cia pasiva, o incluso, el rechazo abierto. Su evangelización resultó sumamente problemática por su resistencia al cambio de mentalidad. Más bien, hemos de hablar de un rechazo por parte de los nativos a todo lo que suponía el cristianismo, pues no tardaron en asimilar este concepto con el de sumisión al español. Así, en una carta escrita por los Jerónimos al Señor de Chiebres y fechada en 1518, le explicaron que entre los indios «ya había opinión que los frailes no iban allá sino a amansarlos para que los cristianos los tomasen para matarlos» 105 Por otro lado, no cabe duda que la estructura mental es la más resis- tente al cambio, pues la destrucción violenta de una religión indígena, por parte de una cultura exógena, como ocurrió en algunos lugares del continente americano, está considerada como la causa fundamental de extinción de una civilización. De manera que las sociedades primitivas solían tener una religión sen- cilla pero perfectamente adaptada a sus necesidades, estando sus miembros plenamente convencidos de que eran sus dioses tradicionales sus auténticos protectores, los cuales colmaban plenamente sus necesidades psicológicas. 106 En el caso concreto de los taínos antillanos, podemos afirmar que su religión era más afectiva y pragmática que la católica, pues, contaban con dioses de características morales muy elevadas que ellos sabían valorar y admirar. 107 Así pues, está claro que la religión de los aborígenes, como ya escribió el pa- dre Las Casas, cubría espiritualmente sus necesidades más cotidianas como podían ser la siembra, el nacimiento de sus hijos o la lluvia. Antes de comenzar con el desarrollo del tema hemos de destacar lo difícil que ha sido para nosotros intentar establecer el grado de conversión del aborigen a la religión que profesaban los españoles ya que, como es bien sabido, no vivie- ron lo suficiente como para dejar testimonios de sus más profundas convicciones. La indiferencia de los aborígenes a la hora de aprender y asimilar los preceptos básicos de la religión cristiana fue tal que muchos españoles, e, incluso, algunos religiosos, defendieron su total incapacidad para «las cosas de la fe». Sin embargo, estaba claro que no se trataba tanto de incapacidad como de desinterés por aprender una religión que consideraban extraña. Según Fernández de Oviedo los indios de la Española eran una «nación muy desviada de querer entender la fe católica». 108 A esta falta de interés por parte de los indígenas hemos de unir una escasa formación de los religiosos que marcharon al Nuevo Mundo, salvo, por supuesto, casos muy excepcionales. Y aunque supuestamente todos los

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