Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
Historia general del pueblo dominicano 359 españoles tenían obligación de evangelizar, en realidad y como tan crítica- mente afirmó el padre Las Casas: ¿Qué doctrina podían dar hombres seglares y mundanos, idiotas y que apenas, comúnmente y por la mayor parte, se saben santiguar, a infieles de lengua diversísima de la castellana? 109 En medio de estas circunstancias tan poco propicias para su conversión, los aborígenes continuaron con sus rituales paganos, haciendo caso omiso a los preceptos de la nueva religión. Así, desde un primer momento, no se les administró a los nativos más sacramentos que el bautismo, al considerarse que no eran aptos para recibirlos. Poco después, y más concretamente en 1518, en las instrucciones dadas a Rodrigo de Figueroa, se dispuso que cuando se le aplicasen a algún natural los sacramentos de la extremaunción y de la eucaristía, llevasen al resto de los indios «para que se moviesen con ello a devoción». 110 Igualmente, se dispuso que los in- dígenas confesaran una vez al año y que sus hijos se bautizasen antes de los ocho días después de su nacimiento. Sin embargo, parece evidente que nada de esto tuvo vigencia práctica quedando, pues, en papel mojado. Efectivamente los datos de que disponemos indican la nula conversión de los indígenas que jamás obser- varon los preceptos católicos, con la única excepción de aquellos naturales que fueron criados desde pequeños en los monasterios franciscanos de la Española. A partir de la década de los veinte la evangelización se hizo mucho más difícil debido a dos motivos que pueden ser válidos para todos los territorios insulares: primero, la aparición de un poblamiento disperso, y, segundo, la fuga de los pocos frailes doctos que habían poblado las Antillas Mayores en las primeros años de la colonización. En cuanto al primer motivo, diremos que a lo largo de esta década los espa- ñoles pasaron a residir en las haciendas y en los ingenios, en muchos casos muy lejanos de las villas donde se celebraban las funciones religiosas. Así, pese a las reiteradas peticiones que se hicieron, por ejemplo en 1518 y en 1529 para que hubiese clérigos en los asientos de los españoles, todavía en 1532 y nuevamente en 1535 la ciudad de Santo Domingo se quejó de que el obispo, al no consentir que hubiese clérigos en las capillas, impedía que se administrasen los santos sacramentos no solo a los indios sino también a los propios españoles. En realidad, estaba claro que la negativa de los obispos a consentir que los españoles y los indios pudiesen recibir las atenciones espirituales en sus propias haciendas se debía a que no querían perder beneficios para su propia catedral. Por su parte, algunos obispos alegaron que los españoles no querían
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