Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
Historia general del pueblo dominicano 363 Pero queremos insistir en que no se trataba de una falta de voluntad por parte del gobernador sino que realmente la empresa excedía con creces sus propias posibilidades. Ovando se mostró siempre obsesionado a fin de que los indios fuesen bautizados, y de hecho, dicen los cronistas, que le dio «mu- cho golpe de conciencia» la muerte de la cacica Anacaona «sin bautizar». Pese a todo, se hicieron notables avances en la organización de la Orden franciscana, pues, mientras en 1504 se estableció una Comisaría General en la Española, en 1505 se fundó la provincia franciscana de Santa Cruz. Precisamente este departamento, que en estos años contó con dos monaste- rios –el de Santo Domingo y el de Concepción de la Vega– está considerado como el auténtico embrión de la expansión misional indiana. Y este avance de la Orden se realizó con el apoyo del propio gobernador, quien, según Luis Joseph Peguero, los favoreció mucho tanto por ser religiosos muy ejemplares como por su aplicación en la enseñanza de los aborígenes. Durante estos años los franciscanos pidieron al cardenal Cisneros y a otras autoridades peninsu- lares el envío de nuevos frailes a la Española, petición que no fue atendida hasta 1508, cuando se envió, como ya hemos afirmado, a fray Antonio de Jaén con ocho religiosos de la Orden. Además el gobernador, haciendo un buen cumplimiento de las Instrucciones de 1503, fomentó los matrimonios mixtos entre indios y es- pañoles con la intención de procurar una rápida integración social. Esta política de miscigenación debió dar pronto resultados positivos, pues en 1514 se censaban sesenta matrimonios mixtos además de un buen número de españoles que tenían sus esposas en Castilla y estaban amancebados con indias. Asimismo se encargó personalmente de velar por la moralidad de los indios, castigando duramente los casos de poligamia y las prácticas incestuo- sas. No se trataba más que de viejas prácticas indígenas algo difundidas entre los caciques y los nitaínos y que chocaban abiertamente contra la probidad cristiana. Para evitar lo que Ovando consideraba un auténtico pecado capi- tal, es decir, el incesto, estableció una ley en la que se penaba este delito con la hoguera. No sabemos ni el año exacto de tal disposición ni tan siquiera si llegaron a ajusticiar a algún aborigen por este motivo. En cualquier caso queda constancia del celo del Comendador Mayor por evitar situaciones poco ejemplarizantes para el resto de los indios e incluso para los españoles. Se ocupó igualmente de confiscar cuantos cemíes –o dioses indígenas– se encontraban en la isla. Por ejemplo, en un cargo asentado el 5 de diciembre de 1506 en los libros del tesorero Santa Clara se mencionan dos ojos de oro de un cemí «que unos indios llevaron al gobernador».
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