Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

Historia general del pueblo dominicano 365 la admiración de los asistentes. 115 Es muy probable que este équido estuviese enseñado en la monta de la jineta, una forma de bailar cuya tradición se re- montaba en Castilla al menos al siglo xv . Se trataba de gustos caballerescos que, como hemos podido comprobar, fueron trasplantados desde muy tem- prano a tierras americanas. En cuanto a los instrumentos serían tocados probablemente en esos banquetes que algunos colonos poderosos, como el tesorero Cristóbal de Santa Clara, celebraban en la isla. Además, al menos en los últimos años de su mandato había una especie de bufón llamado Francisco Chocarrero que recorría las estancias de los españoles contando chocarrerías a cambio de su manutención. Asimismo en el proceso Ovando-Tapia se cita la existencia en la Española de más de un establecimiento en los que se aunaban los servicios de taberna y mancebía. Concretamente en la documentación se mencionan dos taberneros, uno llamado el Pie de Hierro y otro cuyo nombre se omite pero se cita «que tenía una mujer que se decía la Cordobesa». 116 Sin duda estas mancebías eran establecimientos perfectamente aceptados por la sociedad de la época, incluso por el Comendador Mayor que gobernó la isla casi monacalmente. Por lo demás no cabe duda que la mayoría de las fiestas debían tener una relación sacra. Con total seguridad se celebrarían los acontecimientos ocurridos en Castilla con misas solemnes y cánticos religiosos. Por ejemplo, a la muerte de la reina Isabel, afirmó el Comendador Mayor en su carta de 1505, que se celebraron honras fúnebres en todos los pueblos de la isla «a la cos- tumbre de Castilla». De forma similar debieron oficiar ceremonias de acción de gracias ante el nacimiento de infantes y, sobre todo, ante el advenimiento al trono de la reina doña Juana. Aunque las noticias solían tardar meses en llegar a la isla, todos los acontecimientos relacionados con la familia real se debían celebrar con toda la solemnidad que las precarias circunstancias del momento permitían. La fiesta dominical debía ser fundamental en la vida social de la isla. El domingo se celebraban cultos en casi todas las villas, asistiendo los españoles a confesar y comulgar, y siendo el momento más adecuado para cohesio- nar al grupo. En Santo Domingo, el gobernador acudía el domingo por la mañana a escuchar la misa matinal de boca de fray Alonso de Espinal. Este acudía en compañía de un pequeño séquito, formado por su secretario, su mayordomo, los oficiales reales, sus criados y sus esclavos. Tras la misa se quedarían el resto de la mañana realizando distintas actividades de carácter social y lúdico. Entre ellas alardes militares para mantener el espíritu guerre- ro de los hispanos. En este sentido, Fernández de Oviedo se refirió a un juego

RkJQdWJsaXNoZXIy MzI0Njc3