Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

Introducción: propósitos y perspectivas 42 perspectiva hispanocéntrica, que dejaba fuera de la historicidad la vida de los sectores que no encajaban con una sustancia hispánica pregonada desde Antonio Sánchez Valverde hasta Manuel A. Peña Batlle. 42 La divisa enarbo- lada por la mayoría de los historiadores que abordaron el problema hasta avanzado el siglo xx era la figura de la homogeneidad, operación que condu- ce a soslayar complejidades sociales y culturales. Las soluciones adoptadas fueron variadas: desde la exclusión de la comunidad de los grupos que no se avenían con el ideal hispánico, hasta la operación más sofisticada, iniciada por Emiliano Tejera, de suponer la generalización de un ethos hispánico inal- terable en el conjunto del colectivo, en virtud del espíritu religioso, afirmado como nota distintiva. 43 En contraste con tales visiones, la heterogeneidad étnica ha constituido una constante, aunque sujeta a una incidencia variable a lo largo del tiempo. Sin duda, no ha sido lo único característico: del otro lado, se advierte una línea recurrente de capacidad integradora, que ha conferido solidez a la con- formación del pueblo. Se abarca un complejo de relaciones en que confluyen mecanismos socia- les de dominio junto a recursos culturales interconectados entre sí. La fuerza de la etnicidad ha operado en buena medida como recurso de identidad y pertenencia. Esto incluye la no equivalencia entre los procesos de constitución de los grupos sociales y la participación en determinadas relaciones econó- micas o de otros géneros. Durante los siglos coloniales, en buena medida, lo social se subsumía en la etnicidad, pero, a su vez, esta cobraba una dimensión que revela rasgos originales de la historia dominicana. Lo étnico ha sido procesado en gran parte de las elaboraciones con un ángulo «racial», al identificarse con el color de la piel, a su vez derivado de la división originaria en las tres pretendidas «razas». Tal visión no ha sido recreada únicamente por los historiadores o analistas de la realidad, sino que se ha originado en las concepciones espontáneas de los sujetos dominantes en las relaciones sociales, que han encontrado en ella un recurso cultural para la hegemonía y el dominio. El tema se ha visto recuperado en las mentalidades populares, en lo tocante a la integración interna del colectivo y la diferencia que lo separa de otros, alrededor de la categoría de «raza dominicana», de primera importancia en las mentalidades por lo menos desde hace décadas. El asunto cobra una dimensión más compleja en la medida en que la con- fluencia de los conglomerados dio lugar a la cultura criolla, de por sí un hecho étnico, en cuyo interior, sin embargo, no se han borrado notables diferencias de variados tipos. Las gradaciones de color de la piel se han asociado a situa- ciones ideales de posición social. Pero al mismo tiempo, como se señaló, en la

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