Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I
Historia general del pueblo dominicano 523 sirvientes, peones, carniceros, cocineros, lavanderas y dueñas de puestos en los mercados y las que pregonaban sus frutas, víveres y hortalizas de casa en casa o en los puestos del mercado local. En la base de la pirámide, estaban los negros y mulatos libertos y los esclavos. Aunque jurídicamente existían diferencias entre los primeros y los segundos, la fuerte discriminación social y jurídica casi los equiparaba. El liberto podía tener bienes, llevar a cabo un trabajo remunerado y ocupar al- gún predio agrícola; pero no tenía posibilidad de ascenso social más allá de ser hombre o mujer libre. Le estaba prohibido ocupar cargos públicos y en la Iglesia, portar armas que no fueran las de su ocupación, así como vestir con adornos y joyas. Muchas fueron las disposiciones legales dictadas por la Corona para organizar y regir la condición de los esclavos. La más importante de ellas y la más detallada fue la Ordenanza de 1528, dictada por la Real Audiencia de Santo Domingo. Esta ordenanza, distribuida en 30 capítulos constituyó una especie de código para los esclavos, que minuciosamente determinaba todo lo relativo a su vida y trabajo. Esos esclavos, en la última escala de la pirámide, estaban integrados por los negros y las negras que habían sido traídos desde África, en el te- rrible viaje atlántico con pésimas condiciones higiénicas. Los que llegaban eran vendidos en pública subasta convirtiéndose en propiedad de sus amos, quienes los podían vender y alquilar. Si trabajaban en los campos de caña, su vida era dura y muy corta, pues el esfuerzo y los riesgos los llevaban a una pronta muerte. Si sus amos eran hateros, su suerte era menos dura, pues la libertad que deparaban el montear el ganado y traerlo a marcar o sacrificar, les daba alguna independencia de movimiento, mas no libertad jurídica. Por supuesto, los hijos e hijas de esos esclavos seguían la condición de sus padres. El menos infortunado de los esclavos era el doméstico, que laboraba en las casas de las ciudades como sirviente, niñero o cocinero, a quien los amos, sus esposas e hijas trataban con cierta familiaridad, o convivían con sus amos y los peones en los hatos y estancias rurales. A veces, en agradecimiento por sus largos servicios en esos hogares, los amos les daban la libertad, fuese por carta de « horro» o por testamento. Muchos amos querían sacar el mayor provecho de sus esclavos, a tal pun- to que en 1786 las autoridades municipales de Santo Domingo tuvieron que intervenir para evitar que los amos usaran a sus esclavas como prostitutas, enviándolas de noche a las calles y quitándoles lo que ese negocio turbio les producía. Eran las llamadas «negras ganadoras». 12
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