Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

Historia general del pueblo dominicano 565 bajo clero, provocadas en primer término por la orfandad del obispado, pues la mayor parte del tiempo había permanecido sin su cabeza visible. No obstante, las mayores contradicciones se daban cuando se producía la llegada de un obispo. Al asumir su papel, le quitaba protagonismo a las decisiones del Cabildo catedralicio, o lo que es lo mismo, a las élites que lo componían. Esta situación motivó que en la isla se produjeran importantes cambios sociales, que se iban a reflejar en todos los ámbitos de la vida cultural de la colonia. A finales de la primera mitad del siglo xvi las costumbres y modos de vida de los pobladores de Santo Domingo experimentarán una relajación y una laxitud hasta entonces desconocidas, agudizando las contradicciones entre los principales organismos encargados de velar por el funcionamiento de la justicia y la aplicación de las leyes. Actividades que en otros momentos eran censurables, como el juego, la blasfemia, el cohecho o la prevaricación, fueron tratadas con total impunidad y benevolencia por los organismos encargados de aplicar las leyes, fundamentalmente la Real Audiencia. Las penas por esos delitos, cuando eran juzgados, eran más flexibles si entre los acusados había algún familiar, amigo o allegado a algún miembro de los organismos oficiales. Las innumerables denuncias que se hicieron contra funcionarios locales evidenciaban el grado de descomposición moral existente en toda la sociedad. Esto se tradujo con gran rapidez a los asuntos éticos y morales. El amancebamiento, la calumnia y otros males fueron tan comunes como los delitos civiles, y eran vistos con cierta laxitud incluso por una parte de la iglesia local, pues un gran número de clérigos y hasta el mismo arzobispo Fuenmayor participaban de tales prácticas. La indulgencia en el trato de estos delitos se convirtió en práctica habitual, y era vista por la sociedad como un elemento integrado en la cultura. La agudización de este fenómeno se hizo más patente en el momento en que la economía de la isla evolucionó hacia formas más complejas, lo que permitió la integración de un nutrido sector de la clase privilegiada, además de los sectores próximos al clero. Aestos se unían deanes, chantres y los miembros del Cabildo catedralicio, que aprovechando la nueva coyuntura económica, se hicieron con grandes propiedades de tierra tanto para ingenios azucareros como para las haciendas ganaderas. Entre los más reconocidos agricultores destacaba el deán Damián de Peralta, propietario del trapiche “La Magdalena”, ubicado en los alrededores de la ciudad de Santo Domingo. Aquellos que tenían menos recursos se dedicaron a negocios en la zona urbana. Muchos dirigían tabernas

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