Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

Historia general del pueblo dominicano 85 de letrados, ocupados del ejercicio de la autoridad, los liberales dieron el salto para tornarse en intelectuales, dedicados al examen reflexivo de los problemas y a la crítica independiente. Algunos de ellos se habían iniciado en la actividad política, antes de 1861, como partidarios de Báez, cuando este representó una alternativa menos onerosa que la de Pedro Santana. 59 Sin embargo, el crédito de estos liberales fue reducido, ya que el conserva- durismo baecista ganó la adhesión de la mayoría de la población, particular- mente la de zonas rurales. El caudillismo, relación social y política aparecida durante la Guerra de la Restauración, sirvió de ariete para que el liderazgo de Báez tomara dimensiones apoteósicas. Casi todos los generales salidos de la guerra nacional, tornados caudillos, se hicieron fervientes baecistas y tras ellos arrastraron a la masa campesina. En lo fundamental, los liberales delineaban su programa alrededor del problema nacional. El objetivo que se formulaban no pasaba de consolidar la existencia del Estado-nación plenamente soberano. No podían aceptar la vigencia de Báez, por lo que la confrontación entre los a posteriori conocidos como azules y rojos se tiñó de sangre. Sometidos al cerco de la mayoría cam- pesina, durante cerca de una década los liberales quedaron reducidos a la impotencia política. En realidad, dentro del bando de los azules, los liberales compartían posiciones con sujetos provenientes del sector conservador santa- nista, quienes no podían aceptar a Báez pero no renunciaban a muchas de sus certezas ideológicas originales. 60 En la práctica, los liberales no podían aplicar su programa, como se vio durante la presidencia de Ulises Espaillat, todo el tiempo asediada por los caudillos. Solo en el último lustro de la década de 1870 los liberales pudieron empezar a disputar la hegemonía a sus enemigos. La limitada práctica historiográfica que resultó de esta situación se puede caracterizar como normada por el imperativo de rescatar la idea nacional o la conveniencia de que estuviera asociada con un ordenamiento democrático. El pasado debería operar como referente intelectual y moral, a semejanza de una escuela para la vida, un dechado cívico a emular en lo sucesivo. Pero esa narrativa se reducía a la política, puesto que cubría los contenidos patrióticos y pragmáticos de la Historia. La política estaba gobernada por la idea del Estado, como emanación y medio de realización del colectivo. Tal atención se resol- vía mediante un formato descriptivo, por el que las propuestas explicativas quedaban insertas en el propio discurrir de los acontecimientos políticos de la superficie. La búsqueda del detalle, usualmente considerado significativo para el alcance de la verdad, condicionaba toda la elaboración. La veracidad del hecho tomado aisladamente constituía la piedra de toque de la validez de la disciplina, como era propio de la historiografía vigente en Europa.

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