Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

Historia general del pueblo dominicano 93 formación de un archivo, a medida que fortalecía convicciones acerca de la realidad nacional y su función personal. Sin embargo, carecía del rigor profe- sional del oficio: el manejo erudito con que acompañaba la escritura no llega- ba a sofisticación alguna. Pretendía simplemente fundamentar la veracidad de lo que afirmaba. Obraba con el documento de tal manera que le permitiera tomar distancia frente a lo que exponía. De manera todavía más acusada que sus predecesores liberales, identifica la historicidad con el juego entre individualidades, sobre todo las que cobran relieve en los hitos progresivos. La acción de esos sujetos está determinada por su entidad moral e intelectual. La historia queda presentada como el producto de la interacción entre talantes contradictorios y afines, cuyo principal deter- minante subyace en la sustancia moral. Este principio alcanza un plano de lu- cha entre un mal preponderante y una idea del bien llamada a imponerse por imperativo de la razón y de la voluntad divina. La idea no era exclusiva de él, y más bien era de común aceptación, como lo mostró Eugenio Deschamps, 76 desde cierto momento amigo de Luperón. Esto puede sugerir que Deschamps revisó la obra en aras de contribuir a imprimirle perfil intelectual. 77 Para Luperón, en idea compartida por otros pensadores contemporá- neos, como el mismo Deschamps, el contenido de la historia se resumía en el progreso, resultado de la acción de los «mejores». Estos debían enfrentar las pasiones funestas de la mayoría, cómplice de las maquinaciones de los inspirados por el mal. La dialéctica de la historia expresaba en primer término una moralidad inmanente, por lo que para él la función del discurso históri- co debía desembocar en la prédica moralizante. Esta labor solo podía ser ejercida por una minoría que combinara patriotismo e ilustración, elitismo generado por la desconfianza en la masa del pueblo y los políticos de vo- cación. Era consciente de su falta de liderazgo en el seno del pueblo, que asumía con tranquilidad, penetrado del paradigma del ciudadano burgués que encarnaba. De los propósitos ideales a los resultados de la historia mediaba mucha distancia. El escenario de confrontaciones que recorre su obra pone de relie- ve una mirada trágica de la historia dominicana: 78 al tiempo que contiene la potencialidad para la mejor sociedad, producto del heroísmo, queda trabada por pasiones funestas de la mayoría. Luperón se adentra en las raíces de esa situación, al entrever un estado de barbarie en el pueblo dominicano, exten- sivo a la generalidad de los políticos, cuya superación solo resultaría factible con ayuda de la instrucción popular. En la acción cívica y no en la guerra, pensaba, estribaba el verdadero reto que había que vencer para alcanzar la civilización.

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