Historia General del Pueblo Dominicano Tomo I

Historia general del pueblo dominicano 97 orden y de supuestas «verdades exactas», exaltaron la contribución de Pedro Santana al ordenamiento nacional. En esos días se puso sobre el tapete, con encendida vehemencia, cuáles eran los personajes que debían considerarse como divisas del Estado. Galván retomó sus certezas conservadoras al glorificar sin ambages a Santana, lo que implicaba que nunca había renunciado a su protervo protago- nismo anexionista. Más que acudir a un desarrollo en el terreno historiográ- fico, lo que hizo fue recuperar lugares comunes de la política de los años de dominio del primer tirano, en cuanto a lo insustituible que fue su función en la separación con Haití. Este intelectual conservador fue cuestionado de inmediato por el proto- tipo del liberal inflexible, José Gabriel García, quien, aunque había abando- nado la actividad política y no se oponía al predominio de Heureaux, ratificó su conclusión acerca de la conexión entre hecho nacional y liberalismo. Al condenar a Santana en la polémica que sostuvo con Galván, García reno- vaba su culto a Duarte y sus compañeros de La Trinitaria, no solo como los auténticos forjadores de la autonomía nacional sino como modelos únicos a seguir. 87 En esos años, otros intelectuales asumieron la reivindicación de Duarte como el verdadero artífice de la fundación del Estado, pero también surgie- ron disidencias provenientes de una corriente de historiografía familiar, que aseveraban una preeminencia de Francisco del Rosario Sánchez por haber sido quien dirigió el hecho del 27 de Febrero. Pero Juan Francisco Sánchez no podía ofrecer ejemplo aleccionador alguno: fue colaborador de Heureaux, auxiliar del presidente Morales Languasco en sus infaustos manejos y luego colaborador del Gobierno Militar. En la exaltación de Duarte como el Padre de la Patria sobresalieron figu- ras cimeras de la intelectualidad: García, Emiliano Tejera, Federico Henríquez y Carvajal y Fernando Arturo de Meriño. Sin embargo, Meriño y Tejera no fueron ajenos a la degeneración oligárquica del liberalismo. Meriño, al pare- cer, aseveró que Duarte no era sino un «pobre hombre», de quien no se podía decir nada; Tejera se alineó con la perspectiva neoconservadora, aunque luego se separó de ella. Solo García y Henríquez y Carvajal no hicieron concesiones que implicaran reconocimientos a las actuaciones de los sempiternos rivales. Abreu Licairac obró de una manera menos agresiva que Galván, aunque en idéntico sentido. Aseguró que los trinitarios no pudieron traspasar la con- dición de idealistas ineficaces, por lo que la plasmación de la Independencia correspondió a los hombres fuertes enquistados en el dominio social, quie- nes estaban encarnados en Santana. Resulta evidente que, aunque liberal de

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